miércoles, 10 de octubre de 2012

Las heridas que no se ven son las más profundas.

    Un cigarrilo tras otro. Como una locomotora. El humo alivia el dolor. Una calada sigue a otra. Aspira el dulce olor del humo, se lo traga y lo expulsa con la boca formando una 'O' casi perfecta. Es lo único perfecto de la estancia. Pasa la vista cansada por la sala; botellas de vodka, cigarrillos fumados hasta casi gastar el filtro, alguna que otra raya de cocaína esparcida por la mesita de centro del salón. El caos domina la sala. Un caos que ella misma creaba y que creía controlar.
    Pero, como todo, al final es el caos el que te controla a ti.
    Intentamos controlar nuestra vida sin casi darnos cuentas de que siempre suele ser al revés, ella todavía no lo sabe, se niega a aceptar que ha perdido el control. De nada le sirven las resacas después de las juergas. Ni los vómitos de tanto alcohol como bebe. El ardor en la garganta, producto de todo el alcohol expulsado no la ayuda a recapacitar sobre su vida. Al fin y al cabo ¿de qué sirve? La vida... La pintan tan bonita a veces... ¿Ahora es el momento de decir que pase lo que pase, sigue viviendo? Pues no, hoy no está para pensar en lo bonito de la vida. Justamente por eso se corre esas juergas. Ella no quiere vivir, solo perder el tiempo, hasta que llegue un día en el que todo acabe.

    Mientras tanto seguirá ahí, bebiendo, fumando y esnifando cocaína. Las únicas cosas que la hacen olvidar, verdaderamente, todo el dolor que siente.



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