martes, 20 de noviembre de 2012

Y ahora es cuando yo me pregunto si mereció la pena.

    Me paso noches enteras sin dormir, soportando como puedo las pesadillas que me acosan días tras día. Después de una noche en vela, me toca ir al instituto como si tal cosa y atender a las lecciones mientras lo que más quiero es dormir. Cuando llego a casa estoy tan derrotada que casi no me concentro para estudiar, pero aún así estudio, porque sé que es eso lo correcto. Ahora bien. ¿De verdad merece la pena? ¿De verdad merezco yo la pena?
    Sí, se podría decir que esto es una media reflexión sobre mí misma, aunque no lo he pretendido, por lo menos no al principio, surgió mientras escribía. El hecho de mis pesadillas es tan repetitivo que debería de aburrirme, pero no lo hacen. Es ese miedo a que me alejen de mis seres queridos, escasos pero importantes, lo que me tanto me aterra y se reflejan en ellas. Me da igual el cariz que tomen al principio, la conclusión es obvia: si me los quitan yo me quedo sola y perdida, sin saber qué hacer en el mundo. En ese momento justo es cuando me despierto chillando y mi madre viene a decirme que todo está bien, pero no lo está. Nada está bien. Nada.


    En fin, seguiré igual después de desahogarme, porque los promeblas siempre vuelven.




martes, 6 de noviembre de 2012

No llega, desaparece sin más.

    Querida vida:
  
    ¿Por qué eres tan injusta? ¿A caso hice algo malo? Si es que sí, entonces lo entenderé y afrontaré lo mejor que pueda, pero si es no... explícame por qué hago todo mal. Por qué todo en lo que creía fue destruido como un castillo de naipes. Corro intentando solucionar las cosas, pero en cuanto más empeño pongo, peor me salen las cosas. No tiene sentido. No. Escribo para desahogarme, pero incluso eso ha perdido ya su atractivo. No dejo de repetirme que todo cambiará el día menos pensado, pero estoy tan agotada que ni me lo creo ya. Es complicado, demasiado. Sigo sin encontrar la solución a esta complicadísima ecuación en la que se ha convertido mi vida diaria. Quizá es que simplemente, no la tenga, que la solución sea negativa, como todo. ¿Destino? Puede ser. Me da igual, porque la tenga o no, yo no voy a ser capaz de resolverla.

    Y no tener respuestas para todo lo que pienso es frustrante, más para mí que estoy acostumbrada a cuestionarme hasta el simple hecho de respirar. Y no, no lo soporto. No me acostumbro. Es tan difícil... Desaparece, sí. La mejor solución es esa: DESAPARECER. Dejarse caer hacia el oscuro pozo sin fondo en el cual casi no hay oxígeno y poco a poco la humedad te llena los pulmones hasta caer en la inconsciencia. Sí, justo eso. Eso es justo lo que quiero.